Del viatge, la llum i el refugi |
El
círculo celta del arraigo
En el mundo
celta reman la inmediatez y el sentido del arraigo. Su mentalidad veneraba la
luz. Su espiritualidad emerge como una nueva constelación para nuestra época.
Estamos solos y perdidos en nuestra transparencia hambrienta. Necesitamos con
urgencia una luz nueva y dulce donde el alma encuentre refugio y revele su
antiguo deseo de arraigo. Necesitamos una luz que haya conservado su afinidad
con las tinieblas, porque somos hijos de las tinieblas y de la luz.
Siempre
estamos viajando de las tinieblas a la luz.
Al principio somos hijos de las
tinieblas. Tu cuerpo y tu cara se formaron en la benévola oscuridad. Viviste
tus primeros nueve meses en las aguas oscuras del vientre de tu madre. Tu
nacimiento fue un viaje de la oscuridad hacia la luz. Durante toda tu vida, tu
mente vive en la oscuridad de tu cuerpo. Cada uno de tus pensamientos es un
instante fugaz, una chispa de luz que proviene de tu oscuridad interior. El
milagro del pensamiento es su presencia en el lado nocturno de tu alma; el
resplandor del pensamiento nace en las tinieblas. Cada día es un viaje. Salimos
de la noche al día. La creatividad nace en ese umbral primero donde la luz y
las tinieblas se prueban y se bendicen entre sí. Solamente encuentras
equilibrio en la vida cuando aprendes a confiar en el fluir de este ritmo
antiguo. Asimismo, el año es un viaje con el mismo ritmo. Los celtas eran
profundamente conscientes de la naturaleza circular de nuestro viaje. Salimos
de la oscuridad del invierno a la promesa y la efervescencia de la primavera.
En
definitiva, la luz es la madre de la vida. Donde no hay luz, no hay vida. Si el
ángulo del Sol se apartara de la Tierra, desaparecería la vida humana, animal y
vegetal que conocemos. El hielo cubriría la corteza. La luz es la presencia
secreta de lo divino. Mantiene despierta la vida. Es una presencia nutricia.
Despierta el calor y el color en la naturaleza. El alma despierta y vive en la
luz. Nos ayuda a vislumbrar lo sagrado en lo profundo de nuestro ser. Cuando
los seres humanos empezaron a buscar el significado de la vida, la luz se
convirtió en una de las metáforas más vigorosas para expresar su eternidad y
hondura. En la tradición occidental, como en la celta, se suele comparar el pensamiento
con la luz. Se consideraba que el intelecto, en su luminosidad, era el asiento
de lo divino en nuestro interior.